13 Abr 2020

VIVIR EN PAUSA

Como la peor escena apocalíptica de una película de alto presupuesto vemos ahora a nuestras ciudades vacías, como nunca hubiéramos imaginado. No solo nos llama la atención, sino que en el fondo (a todos) nos asusta la posibilidad de que esta situación se extienda de forma indefinida.

Y es que esa construcción social que nos pinta al fin del mundo como el abandono de todo y todos, para priorizar el encierro y el aislamiento cala hondo dentro de la mente de muchos y nos hace ver el futuro más negro de lo que en realidad podría ser.

Pero sí debemos tomar previsiones para que la potencial quiebra de negocios no sea el catalizador de una depresión social y económica que nos afecte en el mediano y largo plazo. Y es que, además, tenemos el ánimo por el piso ante la incertidumbre de cuanto tiempo nos llevará reponernos ante una crisis que la humanidad no veía en exactamente 100 años, desde la pandemia de la gripe española de 1920 que, unida a la Primera Guerra Mundial, cambió el planeta de formas nunca vistas.

Ahora nos quedan solo dos opciones: o cambiamos y aprendemos a respetar al planeta y a todos sus habitantes, reduciendo de forma significativa nuestros niveles de contaminación y uso de recursos naturales; o seguimos por el mismo camino e ignoramos el mensaje de que la plaga somos nosotros. Una decisión que tendrán que tomar los líderes mundiales, pero que sin duda será tomada en base a la presión social que todos y cada uno ejerzamos desde nuestros espacios. ¡Porque el mundo ya cambió!

Está mas que claro que no somos los mismos de antes de la cuarentena. Ahora vivimos en pausa, tratando de alargar nuestros recursos para sobrevivir a un encierro que no nos deja muchas opciones. Algunos incluso arriesgándose a salir porque no tienen los medios para quedarse dentro y esperar con paciencia que el mundo nos dé de alta.

Ahora no pagamos arriendos, ya no compramos en los grandes comercios, buscamos opciones baratas y tratamos de ahorrar en cada detalle. Hemos aprendido lo que nuestros abuelos ya sabían: el pequeño productor es la clave para que la economía se mantenga.

Ya no desperdiciamos, porque la posibilidad de que el desperdicio nos haga falta más adelante es un riesgo que pocos quieren correr.

Hemos puesto en pausa nuestras relaciones, porque el contacto externo ahora puede ser mortal. Los cumpleaños ahora son distantes y los duelos se viven sin el abrazo que reconforta.

Pausamos toda actividad externa y vemos como en pocos días la naturaleza va ganando el terreno que perdió hace más de 3 siglos cuando el boom industrial nos convirtió en el depredador por excelencia del planeta. Ahora vemos como la naturaleza nos regresa a nuestro lugar y los animales que antes casi exterminamos se regocijan ante la libertad que no les habíamos dado en mucho tiempo.

Pero cuando todo termine, porque terminará y volveremos a salir, ¿qué haremos?

Algunos saldrán a buscar un empleo que, si antes era difícil de encontrar, ahora será casi imposible. El desempleo aumentará y con ello nuestra capacidad de adaptación deberá incrementarse para sobrevivir la post crisis que viene. La creatividad pasará a ser el bien más cotizado y será responsabilidad individual el cultivarla para convertirse en un recurso atractivo para ser contratado o emprender de forma productiva.

Las empresas tendrán que reinventarse para poder sobrevivir y mantenerse en un mercado que ahora será más complejo, más agresivo y en el que la competencia aumentará de forma exponencial. Los métodos pasados perderán efectividad y las nuevas ideas deberán probarse en menos tiempo. El margen de error deberá disminuir si queremos volver a ser competitivos.

Las marcas que sobrevivan deberán ver al pasado solo para tomar referencias, pero será el futuro donde deberán mirar si quieren entender cómo cambió el consumidor post pandemia. Un consumidor que ha entendido que puede trabajar, comprar y vender desde la comodidad de su hogar. Que puede criar a sus hijos sin dejar de ser productivo y que encuentra en el internet el aliado ideal para acortar las distancias en todo sentido.

El teletrabajo se convertirá en la herramienta por excelencia y en el mediano plazo entrará a formar parte de todas las industrias, aunque no así de todos los empleos. Ya no se medirá la eficiencia de un trabajador en base al tiempo que permanece en una oficina, sino en base a los resultados que entrega al final de cada período. Seremos más eficientes y contrataremos con más cuidado a cada colaborador para construir de a poco un equipo de alto rendimiento que permita que nuestra empresa no solo se mantenga en el tiempo, sino incluso crezca y se fortalezca.

La educación a distancia y la formación virtual ganarán terreno, porque ya entendimos que para aprender algo nuevo no es necesaria el aula o los pupitres, sino la disciplina y el esfuerzo que la autoeducación impone.

Valoraremos más el tiempo en familia y muchos de aquellos que antes perdían su vida en una oficina ahora migrarán sus actividades a su hogar para no perderse la vida en familia que las generaciones anteriores recuperaban solo en el ocaso de su existencia.

Hemos aprendido a gastar menos pero ahora debemos aprender a producir más. Debemos dejar atrás esa mentalidad industrial que nos convirtió en depredadores de los recursos naturales para pasar a vivir en más armonía con el planeta. Algún día el dinero desaparecerá y debemos estar listos para cuando ese tiempo llegue, pero eso es tema de otro artículo.

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Sebastián Castro es el Fundador de SBS Consulting. Consultor internacional en eficiencia empresarial y aumento de productividad. Instructor y conferencista con más de 10 años de experiencia. Experto en Kinesia y Comunicación No Verbal. Docente universitario. Articulista para varios medios de comunicación.